sábado, 25 de abril de 2020

Tal vez demasiada generosidad


Alba Fernández Ruiz / ICM-REF
Hay dos cosas que odio: que den por sentado lo que me gusta y que compartan su música sin consentimiento de los demás. No quiero decir que en un grupo de amigos no se pongan canciones para todos, sino que, en la casa, en el transporte público, cerca de otras, caminando por la calle, vayan sin cascos o auriculares; y todavía más si parecen que están realmente sordos por el volumen con el que "escuchan" (¿Escuchan algo en todo ese ruido?). En cuanto a dar por sentado lo que me gusta, me refiero a, en este caso, mis gustos musicales.
  ¿Ya se nota por dónde va la cosa?

  Vivo en un piso y, por lo tanto, en un vecindario con no muchos pero sí demasiados vecinos. En este estado de cuarentena han empezado a comportarse todos los vecinos del mundo (por lo visto) a ser más... altruistas, por decirlo de alguna manera. Mi manzana se ha convertido en un reloj. Y no, no es una metáfora.

  A las ocho, los aplausos. Por supuesto que toda la gente que trabaja con el peligro a contagiarse se lo merecen, si no digo que no, ¡faltaría más!. Ah, pero ¿solo ahora que tu vida está en peligro y que la enfermedad sale en los medios, es peligrosa y ha cundido el pánico? ¿o tal vez siempre? ¿Aplaudirás como lo harás esta noche cuando salgan a protestar por condiciones laborables mejores y bloqueen un tramo de la carretera para exigir sus derechos? ¿O tal vez los insultarás porque llegas tarde? Me parece tan hipócrita. Puede ser que haya ciudadanos que salgan al balcón y que realmente apoyen a la sanidad, o a los cajeros, o a los servicios de limpieza o a quien sea. Por haberlos, seguro... ¿cuántos? Seguro que si lo preguntas, todos. A ver, cómo no.

  Además, ¿alguien ha pensado en los perros? Desde casa, a esa hora en punto, los escucho ladrar. Como no tengo ni tuve can, ni tampoco hablo su idioma, no comprendo si es porque sienten amenaza, porque están asustados, para sumarse ellos también o para lanzar un socorro porque el dueño aprovecha para darle cariño. Pero como los animales no importan, volvamos a quienes sí.

  A la una o las trece, un vecino de mi mismo bloque parece creerse el dueño y señor de nuestras vidas. Decide por gracia divina que tiene la responsabilidad de deleitarnos con su magnífica selección de canciones. Enchufa el amplificador o altavoz, a saber, y ejerce de DJ para todas las vecinas que estamos tranquilamente en casa.

  Me parece estupendo que tenga ese sentimiento de querer ayudar. Seguramente varias estarán agradecidas (música gratis, oye) como los críos que están que ya han aprendido a caminar por el techo. Pero pensemos en los demás. Hay estudiantes que quieren, necesitan o les obligan a estudiar, a realizar tareas, a entregar ejercicios o contestar exámenes. La música desconcentra. Ni siquiera la que no tiene letra ayuda, ni la clásica ni la que nos venden como "para estudiar y concentrarse". Eso, por un lado. Por otro tenemos a las trabajadoras que acaban de venir de una jornada nocturna y estén descansando. ¡Buenos días!, somos su despertador favorito. Aquellas personas que se encuentren mal en casa, que estén enfermas y necesitan tranquilidad... ¡su terapia ya está aquí! Un padre o una madre que por fin ha logrado que su niño recién nacido concilie el sueño y, de repente, un bajo, una guitarra, la batería y una voz que dice cantar; ya llora de nuevo. Como estos, otros más.

  Primero, si alguien quiere diversión, se la buscará por sí mismo. Si es que tuviera medios, porque parece que la gente se ha olvidado de aquellas que no tienen casa, de aquellos que tienen que trabajar para pagar el alquiler, de aquellas que sufren maltrato por parte de su "familia", de aquellos que no pueden estar en casa por la razón que sea.

  Segundo, si los gustos fueran uniformes, todavía. ¡Pero no lo son! Que a la mayoría le guste el reguetón (ella, española), la Macarena, el Cumpleaños feliz, o la "música" que sea no quiere decir que a todos también. No, señores. Que intentes ampliar el repertorio, pinchando una de Abba, otra española que nadie conoce (o tal vez sí), quizá una de Queen... das por sentado que todos queremos oír esas canciones. Y no. La mayoría no somos todas.

  Esa es otra: los cumpleaños. Es triste pasarlo solo, sin tus colegas o amigas, o sin la familia —si es que te llevas bien—; o eso parece, al fin y al cabo, es una mera fecha. A algunos les emocionará que les canten treinta tipos que probablemente conozca de vista o porque se le coló la pelota en su terraza; a otros no creo. Y, sinceramente, veo innecesario eso de poner una canción, desearle que tenga feliz cumpleaños a alguien completamente aleatorio, sin tener en cuenta sus sentimientos y situación. Será feliz si las condiciones son favorables, no porque tú lo digas, digo yo.

  Hace unas semanas (¿semanas ya?), a las seis de la tarde, quedaron varios para jugar al bingo. Parece que esto viene de las redes (¿quién demonios dijo que no eran un peligro?). Como yo soy la vecina amargada, seguí con mi ordenador tranquilamente mientras escuchaba gritos agónicos de una mujer que iba citando los números que le aparecían. Hacía un frío de muerte pues la tarde anterior había nevado a pesar de que la anterior a la anterior hacía un Sol espléndido; pero estaban ahí, cabezones todos ellos, con el móvil en una mano, el abrigo por los hombros y gritando cuando tenían un número. Me parece que el premio era tatuarse; aunque la intención en principio era la de pasarlo bien entre vecinos... ejem.

  Esa es otra cosa hipócrita. En mi manzana no hay odio como tal (por favor, no), lo que hay es poco... la verdad es que no encuentro la palabra adecuada, así que imaginaos. Es ¿indiferencia?, al menos hasta que las voces —nótese el uso de voces y no gritos— de varias criaturas en el parque de la urbanización hacen que salgas a la terraza a tirar huevos y luego a insultarlas —parece verdad y por algo lo parece—.

  Creo yo que todo esto se nos ha salido de las manos. Bueno, me excluyo porque yo sigo en mi cueva sin molestar a nadie más que a mi madre. Es una situación extraña, por supuesto, y tal vez, quiero creer que la humanidad a abierto los ojos y se ha dado cuenta de que es un ser tan egoísta que da asco. Quiero pensar en eso y no en que, cuando todo esto pase, el cielo volverá a verse gris por la contaminación, los animales se verán obligados a volverse comida, los aplausos se convertirán en miradas de desdén porque no les atienden rápido y los juegos entre balcones mutarán a cotilleos e insultos.
  Eso, o que soy demasiado pesimista.



Esto fue escrito a mediados de abril pero publicado en Blogaulaucm el 25 de abril de 2020 a las 15:49.

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