Dámaris Solera Sánchez / ICM - DEP
Cuando estás en
proceso de mejorar y aprender en algo, afortunadamente te topas con personas
que ya lo han conseguido, que te guían y te contagian las ganas y la energía de
continuar. Por desgracia hay otras que, en cambio, te las arrebatan. Personas
que posiblemente ya son la mejor versión de sí mismas en el ámbito que
compartís, pero que te desmotivarán en el camino de ser la tuya por su actitud
desagradable o sus aires de grandeza.
Hay distintos factores que pueden desencadenar esta clase de
actitud, pero hay uno en el que pienso bastante. Muchas veces no
distinguimos entre corregir desde el deseo de aconsejar a un aprendiz o a un
compañero, y hacerlo desde la intención de quedar por encima, que es una línea
delgada pero crucial. De las dos maneras haces ver los errores de alguien, pero
hay una de las dos que está contaminada con el arma asesina de la
condescendencia -a veces, incluso, llegando a la burla-. Dejas claro que tú
eres el ejemplo, que ya has cumplido, que el otro debería lograr lo que tú,
pero no compartes las ganas y -especialmente- la paciencia que te movieron a ti
y a quien te enseñó en su momento, cuando estabas en pleno aprendizaje.
Como deportista que aspira a obtener el título de
entrenadora, soy firme en la opinión de que se puede -y muchas veces, se debe-
ser lo más exigente posible con tu alumno o tu igual; dejarle claro que los
objetivos no llegarán solos, mostrarle la importancia de la disciplina y la
dureza con uno mismo y del esfuerzo diario, incluso echar la más dura de las
broncas. Pero, al mismo tiempo, creo en alentar en lugar de hacer sentir menos,
creo en aconsejar de vez en cuando, recordar que somos humanos, que mientras
demos los pasos adecuados de manera constante, sin rendirnos prematuramente,
conseguiremos los objetivos propuestos. No sólo no son valores incompatibles,
sino que deberían combinarse siempre. El desgaste emocional de quien
está realmente comprometido con algo ya pesa bastante como para machacarle y no
darle ningún tipo de margen de error o respiro, aunque se requiera que este sea
diminuto.
Quizá las concepciones erróneas de la formación en cualquier
ámbito sean fruto de la tan contemporánea costumbre de anteponer las prisas a
la constancia, cuando debería de ser al revés. Gran parte de nuestra mentalidad
se basa justo en lo primero. Queremos resultados inmediatos: flexibilidad
notable, abdominales marcados, fuerza, resistencia (por continuar con el ejemplo del deporte). Lo que se cultiva en meses
e incluso años lo ansiamos en semanas, y no sólo eso: exigimos lo mismo a los
demás. Aunque alcancemos dichos objetivos en un periodo corto de tiempo, ya nos
habremos cargado por completo los valores y la ética del aprendizaje, y estaremos transmitiendo lo mismo a todo el que escuche nuestro
consejo. Una frase de Usain Bolt resume esto perfectamente: “yo entrenaba 4
años para correr 9 segundos. Hay personas que por no ver resultados en 2 meses,
se rinden y lo dejan”.
Por otro lado, para acortar y volver a hacer incapié en lo anterior, me
gustaría resaltar que, en cualquier campo en el que nos hayamos propuesto
evolucionar, la autoestima es otro factor crucial, tremendamente determinante. Y con
cuestionables gestos diarios o tonos despectivos puedes minar la de alguien,
obstaculizando así su camino. Demos tiempo, enseñemos bien antes que nada,
motivemos, proyectemos esperanzas, cultivemos de una manera sana la cultura del
esfuerzo, que está ya bastante contaminada. Crezcamos y dejemos crecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario