domingo, 17 de mayo de 2020

Unas migajas sobre la superación personal y la cultura del esfuerzo


Dámaris Solera Sánchez / ICM - DEP 

Cuando estás en proceso de mejorar y aprender en algo, afortunadamente te topas con personas que ya lo han conseguido, que te guían y te contagian las ganas y la energía de continuar. Por desgracia hay otras que, en cambio, te las arrebatan. Personas que posiblemente ya son la mejor versión de sí mismas en el ámbito que compartís, pero que te desmotivarán en el camino de ser la tuya por su actitud desagradable o sus aires de grandeza.


Hay distintos factores que pueden desencadenar esta clase de actitud, pero hay uno en el que pienso bastante. Muchas veces no distinguimos entre corregir desde el deseo de aconsejar a un aprendiz o a un compañero, y hacerlo desde la intención de quedar por encima, que es una línea delgada pero crucial. De las dos maneras haces ver los errores de alguien, pero hay una de las dos que está contaminada con el arma asesina de la condescendencia -a veces, incluso, llegando a la burla-. Dejas claro que tú eres el ejemplo, que ya has cumplido, que el otro debería lograr lo que tú, pero no compartes las ganas y -especialmente- la paciencia que te movieron a ti y a quien te enseñó en su momento, cuando estabas en pleno aprendizaje.

Como deportista que aspira a obtener el título de entrenadora, soy firme en la opinión de que se puede -y muchas veces, se debe- ser lo más exigente posible con tu alumno o tu igual; dejarle claro que los objetivos no llegarán solos, mostrarle la importancia de la disciplina y la dureza con uno mismo y del esfuerzo diario, incluso echar la más dura de las broncas. Pero, al mismo tiempo, creo en alentar en lugar de hacer sentir menos, creo en aconsejar de vez en cuando, recordar que somos humanos, que mientras demos los pasos adecuados de manera constante, sin rendirnos prematuramente, conseguiremos los objetivos propuestos. No sólo no son valores incompatibles, sino que deberían combinarse siempre. El desgaste emocional de quien está realmente comprometido con algo ya pesa bastante como para machacarle y no darle ningún tipo de margen de error o respiro, aunque se requiera que este sea diminuto.

Quizá las concepciones erróneas de la formación en cualquier ámbito sean fruto de la tan contemporánea costumbre de anteponer las prisas a la constancia, cuando debería de ser al revés. Gran parte de nuestra mentalidad se basa justo en lo primero. Queremos resultados inmediatos: flexibilidad notable, abdominales marcados, fuerza, resistencia (por continuar con el ejemplo del deporte). Lo que se cultiva en meses e incluso años lo ansiamos en semanas, y no sólo eso: exigimos lo mismo a los demás. Aunque alcancemos dichos objetivos en un periodo corto de tiempo, ya nos habremos cargado por completo los valores y la ética del aprendizaje, y estaremos transmitiendo lo mismo a todo el que escuche nuestro consejo. Una frase de Usain Bolt resume esto perfectamente: “yo entrenaba 4 años para correr 9 segundos. Hay personas que por no ver resultados en 2 meses, se rinden y lo dejan”.
Por otro lado, para acortar y volver a hacer incapié en lo anterior, me gustaría resaltar que, en cualquier campo en el que nos hayamos propuesto evolucionar, la autoestima es otro factor crucial, tremendamente determinante. Y con cuestionables gestos diarios o tonos despectivos puedes minar la de alguien, obstaculizando así su camino. Demos tiempo, enseñemos bien antes que nada, motivemos, proyectemos esperanzas, cultivemos de una manera sana la cultura del esfuerzo, que está ya bastante contaminada. Crezcamos y dejemos crecer.







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