lunes, 15 de octubre de 2018

Solo, solitario.

Pedro Paricio/ICM-POE

Por la calle, con toda su alevosía ceñida
en esos vaqueros;
con esa mirada de barbilla alta,
ceño fruncido y sonrisa asesina;
y entre sus dedos
ese cigarro pidiendo consumirse
solo para tocar su boca.

Rompió las baldosas a su paso y su tacón;
los escaparates se empañaban
con el reflejo de su aliento,
y abrevaban de su piel
todos los gatos callejeros de las madrugadas.

Y yo que la vi de lejos.

En la farola más oscura me apoyé
para esperarla,
y quise apartar la vista y disimular,
pero era tarde, y el ayer
vino a mi cabeza de cobarde.

Se acercaba lenta pero intensa,
haciendo de su andar un baile,
un pagano rezo subscrito en mis auroras.

Pasamos de metros a centímetros,
y de ahí a columpiarme entre sus labios.
Ella se colgó sobre mi cuello
y ardía su carmín
mientras sus dedos correteaban por mi tez,
suave y dura por el invierno.

Con sus palas mordió mi lóbulo izquierdo,
con sus colmillos me desgarró la piel
y con sus muelas trituró el asedio
puritano de mi inocencia.

De la mano me perdió entre las calles de un lugar
cuyo nombre me importa más bien poco,
y no sé muy bien cómo
aparecí en mi cama,
alquilándole un lugar a mi lado.
Pero fui incapaz de pedirle nada a cambio,
no pude prostituir su belleza.

Aquella noche me arropó las penas,
recogió todas mis lágrimas
y me regaló la sangre negra
con la que hoy le escribo;
aquella noche se acostó conmigo,
y yo con ella.

No entiendo el por qué
de su fama de fría
que incluso yo mismo alimenté.
Ella arde y engatusa,
ella es bella y oscura,
pero brilla, deslumbra,
y más que deslumbra,
ilusiona.
Ella es adictiva si se alía
con las musas viejas:
con Erato si me hace sangre,
con Euterpe si bebe de mi llanto.
Ella me quiere y yo a ella,
aunque a veces traicionemos nuestros lazos,
ella en busca de otro gato
que beba de su piel,
y yo
en busca de otros brazos.

Ella,
sola, solitaria Soledad,
y yo,
solo, solitario poeta de extrarradio.

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