domingo, 5 de abril de 2020

El monstruo que vive en mi cabeza


Alba Fernández Ruiz/ICM-SEN

Sin pagar alquiler ni aportando algo bueno, un espécimen se abrió hueco, dejando heridas profundas y en principio poco importantes, y se apropió de un espacio destinado a las cosas nuevas que apetecían hacer. Cada vez que una cosa nueva que apetecía hacer intentaba sentarse en uno de los sillones tan cómodos que hay y servirse una taza de café, la criatura gruñía y los espantaba, quedándose solo el rastro de la idea, un recuerdo y las ganas. De vez en cuando la cosa nueva entablaba conversación con el inquilino no deseado, compartiendo galletas con pepitas de chocolate y dando sorbitos a la bebida caliente, que fuera hacía frío; y varias veces llegaron a acuerdos y accedían a convivir por un tiempo. En esos casos, contadas ocasiones, llegaba un animalejo que destrozaba el acuerdo y se largaba con la cosa nueva, secuestrándola y acabando con su existencia…

El ocupa nunca se marchó, viviendo a su antojo dentro de su espacio y disfrutando de la compañía de cosas nuevas, aceptando a algunas y despreciando otras.

La historia no tiene principio y menos un final porque se desconocen. La criatura hace más mal que bien —alguna vez me ha salvado de vivir momentos incómodos por extraño que parezca—; y tiene un nombre por el que se conoce: Timidez. Es muy famoso, si soy sincera, y estoy segura de que lo conoces. Y el animalejo que se presenta cuando menos te lo esperas fue bautizado como Vergüenza. Y así se quedó.

La tendencia a confundir ambos términos, «timidez» y «vergüenza», es muy alta. También yo los usaba como sinónimos hasta que me llamaron vergonzosa y me sorprendí diciendo que yo no era vergonzosa, que tímida sí, y mucho, además, pero que lo otro no. Desde ese momento investigué y me quedé pensando sobre lo que para mí significaba una cosa y otra. También en los usos más frecuentes de ambas palabras. Finalmente, una noche en vela (¿tal vez fue mientras estudiaba un examen?) descubrí la diferencia.

Primero y antes que nada, definiciones según la RAE:
«timidez
1. f. Cualidad de tímido.

tímido, da
Del lat. timĭdus.
1. adj. Temeroso, medroso, encogido y corto de ánimo.

vergüenza
Del lat. verecundia.
1. f. Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante.
2. f. Turbación del ánimo causada por timidez o encogimiento y que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse. Le da vergüenza hablar en público

Lo que diga la Real Academia es palabra divina (salvo que admita haiga como forma verbal, en cuyo caso me desentiendo); pero, al leerlo, seguí con la duda. ¿Cuál es la diferencia? ¿La hay? ¿Por qué una palabra me la definen con la otra? ¿Son ambas lo mismo? Si no lo son, ¿se dan a la vez?
Me puse ante una situación y di con la respuesta.

Cuando estamos ante un público —situación más común—, puede que nos sintamos de dos maneras: la primera es que queramos que nos trague la tierra antes de empezar a hacer algo; la segunda es mientras lo estamos realizando.

Ahí ya lo supe. Aún así, para estar completamente segura, me lo imaginé de la siguiente manera.

Nos encontramos ante un muro enorme, alto, formidable, imponente, que nos hace sentir pequeñas. Queremos saltarlo, por encima, por debajo, por un lado, por el otro, superarlo, porque queremos hacer cierta cosa. No obstante, con tan solo verlo, se nos encoje el corazón, nos desanimamos y, con un sabor agridulce en la boca, nos alejamos de él y permitimos que el espécimen tenga el control de la situación. Esa es la timidez. Un monstruo que nos impide hacer lo que sea porque nos da miedo. Sin embargo, se puede atravesar. Cuesta un poco, sí, pero se puede llegar al otro lado y allí no hay más muros. Al menos hasta que se presente la siguiente ocasión.

Oh, pero, al caminar un rato, al cantar en el escenario, al bailar, al coger la llamada telefónica, al preguntar algo, al acceder a quitarte la ropa, de repente, se levanta otro muro. Y estamos dentro de él, moviéndonos lentamente, con pena, vergüenza, con las mejillas rojas y las piernas y manos gelatinosas. Aunque avancemos, el muro parece no tener fin. Y caminamos y caminamos; un paso tras otro. Indefinidamente. Hasta que caemos y nos desmoronamos; hasta que nos tiembla la voz, fallamos un paso, colgamos, nos disculpamos y nos vamos, nos tapamos con la manta… nos escondemos volviendo al agujero del que salimos. Hasta que el animalejo viene y nos desgarra.

La vergüenza se da durante el proceso. La timidez, antes. O después.
(Creo que) esa es la diferencia.

Una vez que esto de los monstruos está claro, voy a quejarme de un aspecto de la timidez que encuentro sumamente… mejor omitiré el adjetivo.

La timidez no es tierna.

Repito: que alguien experimente timidez no es motivo de burla, ni de pensar “oh, qué linda, se sonrojó”, ni de otras situaciones similares. De verdad que no. Ser tímido supone una carga para la persona. Nadie quiere serlo. ¿Para qué, si es un impedimento de hacer lo que nos gusta? ¿Si son unas cadenas que a veces se pone una misma para que no llamemos, para que no juguemos, bailemos, escribamos, hablemos, discutamos? ¿Qué parte de tierno, de dulce, tiene eso?

En esto se parece con la vergüenza, ciertamente.

No es agradable ver cómo en el fondo de la clase se ríen porque te trabaste con una palabra, porque no estuviste coordinada con tus compañeras, porque tu voz no se corresponde con cómo eres, porque te sientes tan inútil… Porque se te van las ganas de intentar. Porque piensas que fracasaste cuando a veces no es así, pero no quieres verlo porque unos ojos burlescos te miraban de aquella manera. Porque en la comida familiar reían de algo que te incumbe. Por muchos otros porqués que, tal vez, experimentaste en alguna ocasión.

A nadie le gusta quedarse atrás. No, todos queremos mejorar y aprender. ¿Y cómo hacerlo si nuestra mente nos dice que para ello no valemos, si nos dejamos influenciar por el que dirán? Aquí entra otro factor: la inseguridad. Y otro más, si nos ponemos exquisitas, pero que no comentaré: la sociedad. De todos modos, aunque la inseguridad influya en la timidez o en la vergüenza, puede darse la ocasión de que la primera barrera, la estrecha pero temible, sea mayor que la escalera, que la seguridad de tus argumentos. Y, en consecuencia, la muralla gane.

Por poner un ejemplo, aunque no creo que sea necesario, se da una discusión —en el buen sentido de la palabra— en la clase. O donde fuera, es un ejemplo. Escuchando, se te viene a la cabeza un argumento magnífico que podría descolocar al “oponente”. Ay, pero un latido del corazón más veloz de lo normal te susurra que no. Que no y punto. Porque hablar no te gusta, quizá. O porque te cae mal el que se sienta a tu lado. O tal vez porque no te gusta que te miren demasiados ojos. Sea por lo que sea, ese argumento vivirá solo en tu recuerdo —al menos hasta que lo saques, por ejemplo, escribiendo—.

Por esto, por favor, basta también de pretender la participación. Por supuesto, tenemos cosas que contar, no siempre las personas tímidas son introvertidas, pero tal vez no podamos. Ni queramos. Vaya, ahí mezclé inseguridad con timidez y con introversión. (Por cierto, esto no va dirigido concretamente a los profesores).

Es complicado esto de diferenciar una cosa de la otra. Más siendo una misma la que experimenta y es de esta manera. Espero sinceramente haberme explicado y conseguido un poco de empatía.

Una postdata de última hora: no importa lo que los demás piensen; importa lo que tú pienses y lo que sientas. Así que, por favor, no te reprimas: lucha. Y vive.

Fuentes:
Definición de tímido/a: https://dle.rae.es/t%C3%ADmido
Definición de vergüenza: https://dle.rae.es/verg%C3%BCenza

Esto fue publicado el 5 de abril de 2020 (durante una cuarentena) a las 18:13.

No hay comentarios:

Publicar un comentario